El testimonio vivo de quienes viven su entrega a Dios por amor es signo de la acción del Espíritu Santo, signo claro y visible de la interacción amorosa de Dios y los hombres. Por eso, la Obra de amor y redención toma, por encima de cualquier otro, el signo del amor que se recibe y se da a todos sin medida ni condicionamiento. Nuestro carisma consiste en dejar que Dios sea el Hacedor de toda nuestra vida para que, por la acción de la Gracia, podamos ser transformados en corriente de vida y salvación para los demás.
Nos acompañamos mutuamente en este camino a través del deseo de vivir unidos en un mismo espíritu que nos lleva a la entrega de nosotros mismos a favor de nuestros hermanos. Este deseo expresado y vivido en comunidad, alimenta el sentimiento de pertenencia. Porque es unidos en este espíritu como vamos construyendo la Obra de amor y redención.
El camino de la entrega
Todos estamos llamados a vivir en una relación estrecha y cotidiana con Dios. El Espíritu Santo suscita incansablemente en nosotros sus gracias para ayudarnos a acercarnos más a él, para aprender a escucharlo y conocer cuál es su divina voluntad.
El camino de la entrega es el medio que sostiene a los Peregrinos en su búsqueda de Dios y de su propia realización como personas creyentes. Esta senda consiste en poner en las manos de Dios todo lo que a diario vivimos. Cada entrega que hacemos es tomada por él y somos correspondidos con gracias mayores. Dejar a Dios hacer en nuestra vida es lo que vive el Peregrino en su diario caminar haciendo la experiencia de la cercanía del Espíritu que lo va acompañando cada día.
Por la entrega nos unimos a nuestros hermanos
La senda de la entrega no se recorre en un día, sino que es un camino de toda la vida. A medida que nos vamos entregando más, el Espíritu Santo va suscitando en nosotros mayores deseos de entrega. Se acrecienta de esta manera nuestra disponibilidad a dejarnos transformar por su gracia en medios para la santificación y salvación de nuestros hermanos. Porque a mayor entrega, más grande es el deseo que Dios imprime en nuestro corazón de que todo lo que vivamos redunde en frutos para nosotros mismos y los demás.
El Espíritu Santo nos convierte
La acción de la Gracia en nosotros, por medio de nuestra entrega diaria de todo lo que vivimos, va haciendo posible que el Espíritu Santo nos convierta en almas dadoras de nosotros mismos a Dios y a los demás. Esto nos lleva a una unión más grande con él y hace crecer el deseo de que todo lo que vivamos sea ofrecido para bien de todos nuestros hermanos sin distinción.
El ofrecimiento de nosotros mismos
A medida que vamos experimentando el amor de Dios que obra en nosotros para bien de todos, nuestra entrega se va convirtiendo en ofrenda. Ofrecerse significa disponer la vida entera para que él disponga de nosotros en bien de nuestros hermanos. El alma ofrenda colabora así en la salvación del mundo entero ofreciéndose a sí misma.
Por medio de los Sagrados Corazones
Por el Sagrado Corazón de Jesús los Peregrinos recibimos la impronta de almas colaboradoras en el plan de salvación del mundo entero. Asociados a la obra de la Redención, vivimos su llamado a participar en ella con nuestras vidas entregadas y ofrecidas todos los días. Por medio del Corazón Inmaculado de María los Peregrinos somos alentados y sostenidos, pues María es nuestro ejemplo más acabado de entrega y de ofrenda.