Cuando volvemos la mirada hacia nuestro Dios recibimos de él la gracia que nos ilumina para que podamos comprender cuán cerca está de nosotros y cómo nos sostiene en nuestro diario caminar. De esta manera vamos entregándonos a su divina voluntad para dejarnos transformar a fin de que día a día nos confiemos más en sus manos para llegar a abandonarnos a su divino querer. Una súplica, un pedido, una entrega y una ofrenda bastan para que el Espíritu Santo venga a darnos la fuerza necesaria para seguir adelante, sabiendo que nos sostiene y que todo lo que vivimos tiene sentido ya que nuestra vida se convierte en medio de salvación de otros. Por esta disposición de la entrega caminamos por la senda del abandono. Paulatinamente el Espíritu va encendiendo en nosotros deseos más grandes de entrega para llevarnos a la ofrenda por todos nuestros hermanos.
Vayamos confiados durante estos nueve días dejando que sea el Espíritu Santo el que nos guíe. Dejémonos conducir por él para que nuestro corazón se afiance en la confianza de que en él todo es posible. En el transcurso de estos días iremos recibiendo las gracias que nos llevarán a un mayor abandono en los brazos de nuestro Eterno Dios.