-Te adoramos Cristo...
MI ALMA CANTA LA GRANDEZA DEL SEÑOR, Y MI ESPÍRITU SE ESTREMECE DE GOZO EN DIOS, MI SALVADOR, PORQUE MIRÓ CON BONDAD LA PEQUEÑEZ DE SU SERVIDORA. (Lucas 1, 46)
Madre querida, con cuánta alegría y gozo cantaste tu Magníficat. Te hiciste Sierva de Dios al aceptar tu Maternidad divina. Bien sabías, oh Madre, los dolores que te esperaban porque no era posible la Redención sin ellos. Los aceptaste desde que pronunciaste tu Fiat y ahora tienes ante ti a tu Hijo en su condición de Redentor cargando la cruz y herido de muerte. Con lágrimas en los ojos debió pronunciar la palabra Mamá al verte. Y tú Madre no pudiste darle ningún alivio, solo con tu oración y entrega sostuviste a tu Hijo en el cumplimiento de su misión y la tuya.
Oh, Jesús mío, la visión de tu Madre debió recordarte al Padre, al Cielo al cual volvías. La visión de la Purísima debió hacerte olvidar por un instante las ofensas que recibías y los sufrimientos que te anegaban. Dulcísima María, tanto te hemos costado también a ti. Oh, Sagrados Corazones ayúdennos a comprender el infinito amor del Padre por toda la humanidad.
Padre Misericordioso, queremos comprender y creer verdaderamente que solo el amor puede salvarnos de la desesperanza y del descreimiento. Acrecienta en nosotros la fe y el deseo de ser tuyos para que vivamos siempre en tu presencia, custodiados por ti y haciendo en todo momento tu divina voluntad. Que podamos imitar a María, nuestra Madre, a quien entregamos nuestro corazón ahora y para siempre. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.